Esperaba a que llegaras a casa de regreso de la escuela. La comida lista en la estufa y yo sentada en el sillón miraba el televisor donde las noticias hablaban de la próxima inauguración de los Juegos Olímpicos. Mire el reloj, eran cerca de las 4 de la tarde, ya tenías que estar de vuelta.
Supuse que tardarías por el mitin en la Plaza de las Tres Culturas, porque tu escuela estaba justo ahí -la prevocacional de Tlatelolco-, pero sólo vivíamos a unas calles, y aunque hubieras regresado caminando como siempre, ya era demasiado tiempo para retrasar tu llegada.
Me recosté en el sillón y el sueño logró vencerme. Para cuando me pare de ahí el cielo ya se había oscurecido, tú no habías regresado y yo pensaba en la joda que te metería porque no te dí permiso de quedarte en la plaza a escuchar a esa bola de chamacos que no tiene ganas de ir a la escuela y sólo busca pretextos para perder el tiempo.
Quise encender la tele, pero no pude pues no había luz -raro, eso nunca pasa en esta colonia-. Tampoco llegaba tu papá de trabajar ¡y ya eran las 8 de la noche! ¡¡Qué les sucede a los hombres de ésta familia!!
Pasó a lo más media hora cuando tu papá entró a la casa, me contó con gran extrañeza sobre el apagón de Tlatelolco y las colonias que están a un lado, además, no dejaban pasar los carros por el Eje Central, ni siquiera caminando, había muchos policías. Los vecinos dicen que el mitin de los estudiantes se puso feo.
Las cosas empeoraron cuando preguntó por ti, respondí que no habías vuelto de la escuela. Salimos desesperados a buscarte, caminamos sobre el Eje en dirección a Tlatelolco, decididos a regañarte, pero muy preocupados por ti.
El tiempo transcurrió rápido y nuestros nervios crecían cuando escuchábamos a los vecinos comentar sobre la plaza; aseguraban hubo muertos porque los estudiantes se pusieron muy rebeldes y los policías les dieron en la madre.
Entonces se me paralicé al ver como dos muchachitos poco más grandes que tú, corrían por el parque frente a la casa y detrás de ellos muchos señores, algunos con un pañuelo blanco en la mano. Lograron alcanzarlos. Escuché una voz lejana pidiendo piedad, el estruendo de un arma y un espantoso silencio. Y tú, nunca apareciste.
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