Yo tampoco sé cómo llegué aquí...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Pálido

Cuando volteé ella estaba ahí, parada frente al espejo observando en el reflejo la palidez en su rostro casi fantasmagórico. No pude evitar sentir como se erizaba mi piel al encontrar su mirada atrapada entre sus huesos y su casi transparente camisón blanco.
Mi garganta sólo tuvo fuerza para lanzar un doloroso gemido, pero ni así logré capturar su atención. Ella se mantenía en el mismo lugar, sin moverse un milímetro y totalmente distante, con la mirada fija en el espejo y sin notar el peso de sus párpados intentando cerrar por un instante sus enormes ojos negros.
Me invadió la duda y la desesperación; necesitaba saber la razón por la que se desprendía de ésta dimensión. Quería conocer ese pensamiento que se paseaba por su mente de un lado a otro impidiéndole notar los vestigios de mi vida dentro de la misma habitación o si sólo eran recuerdos que falseaban su mente y volaban con ella tomada de la mano.
Intenté levantarme de la cama, pero fallé; una vez más no se percató de eso. Ella permanecía inmóvil, como si fuese una figura etérea, tan lejos de mi tacto.
Quería gritarla, abrazarla, golpearla, atraparla…era inútil, todo era inútil.
Me dieron ganas de llorar, pero era demasiado tarde, pues de repente entendí el lenguaje de su mirada: sus grandes y hermosos ojos negros me tenían atrapado contra el espejo: era yo tirado en la cama mientras mi recuerdo vagaba en su mente y volaba a su lado.
La oscura habitación se llenó de la luz de sus ojos.
Entonces pude acercarme a ella. Lentamente toque su mejilla y al ver mi cuerpo inerte en la cama, supe que jamás me desprendería de sus ojos, mientras ella permanecía allí, con su pálido rostro frente al espejo.

1 comentario:

Viridiana dijo...

Me gusta, muy en la onda "Pedro Pàramo"